¿Por qué en el Caribe muchos pronuncian la letra «r» como si fuera una «l»?

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Cuando un hispanohablante no caribeño quiere imitar el español de dicha región, es usual que caiga en la tentación de decir: «Puelto Lico».

Pues, aunque muy extendida, esa imitación está errada.

«Cambiar la letra erre por la ele es uno de los rasgos más característicos del español caribeño», reconoce a BBC Mundo la lingüista cubana Roxana Sobrino, quien ha investigado este fenómeno.

«El problema es que, al estereotipar, muchos suelen cambian la erre por la ele en lugares donde jamás lo haríamos», continúa.

La llamada lateralización de la erre implosiva o lambdacismo es un fenómeno fonético que consiste en pronunciar la letra «l» cuando hay una «r» en la posición final de una sílaba.

Por eso, un caribeño podría llegar a decir «calol» en lugar de «calor», «velde» en vez de «verde» y, por supuesto, «Puelto»… pero nunca «Lico».

Este trueque, muchas veces estigmatizado por los propios caribeños, es una de las razones por las cuales los lingüistas señalan a la región como una de las zonas dialectales más innovadoras o radicales del mundo hispánico.

A orillas del mar Caribe

Así como existe un español castellano, uno rioplatense y uno andino, por citar algunos ejemplos, cada uno con sus características particulares, hay una variedad de la lengua bañada por las aguas del mar Caribe.

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Sin embargo, los lingüistas no logran ponerse de acuerdo en qué países o regiones lo hablan.

Para algunos, el mapa lingüístico abarca las costas caribeñas de Venezuela y Colombia. Otros agregan partes de México, Panamá e incluso Centroamérica.

Donde sí hay consenso es en que el eje de esta zona dialectal está en las Antillas hispánicas, es decir, en Cuba, Puerto Rico y República Dominicana.

Lo cierto es que, tal como explica el español Francisco Moreno Fernández, director del Instituto Cervantes en la Universidad de Harvard, hay dos razones que justifican la unificación lingüística de la región.

«La primera es que toda esa zona comparte una serie de rasgos lingüísticos, apreciables cualitativa y cuantitativamente. Esos rasgos pertenecen al ámbito de la fonética, pero también los hay gramaticales y léxicos», escribe en «La lengua española en su geografía».

Ejemplos de ello son el alargamiento y abertura de las vocales («maaami»), o el uso expreso del pronombre personal y su posición invertida en las preguntas («¿cómo tú estás?»).

«La segunda razón —agrega Moreno Fernández— es subjetiva: las hablas caribeñas son percibidas como unidad desde las demás variedades del español».

Y detalla: «El habla caribeña es reconocible como tal para un castellano, un peruano o un argentino, para quienes las diferencias entre dominicanos y venezolanos, por ejemplo, no son tan evidentes como puedan serlo para los caribeños».

Esto igual no quita que existan diferencias entre los países y hacia su interior.

Como explica el lingüista dominicano Orlando Alba, «a medida que desciende la condición sociocultural de los hablantes, se amplía el grado de diferenciación dialectal entre las regiones y, a la inversa».

«Se trata de una consecuencia lógica de la acción niveladora que ejercen la educación, los viajes y otros factores», dice en una investigación publicada en 2016.

A lo que agrega: «Por esa razón, el cotejo del habla de un obrero de Cuba y uno dominicano revelará como resultado un mayor número de diferencias que la de un médico habanero y uno de Santo Domingo».

De estas características generales con variantes particulares, el uso de la letra «l» en lugares donde iría una «r» es de lo más inconfundible del habla caribeña. Y de lo más polémico.

¿Por qué la «r» por la «l»?

«Los orígenes del español caribeño constituyen una de las polémicas más candentes de la dialectología hispánica», escribe la estadounidense Carol A. Klee en su investigación «El español en contacto con otras lenguas».

Entre las múltiples teorías, hay tres principales.

La llamada «teoría andalucista», explica Klee, «propone que las variedades del español habladas en el Caribe reflejan la preponderancia de los colonos andaluces y canarios en la región, y los íntimos lazos marítimos, comerciales y culturales que ellos mantuvieron con varias zonas del Caribe en siglos posteriores».

Justamente, una de las características del español de Andalucía es convertir a la letra «l» en «r» («úrtimo» en lugar de «último»), o sea, hacer exactamente lo opuesto al lambdacismo caribeño.

Al entrar en contacto con otras lenguas y culturas, el español evolucionó en distintas variantes a lo largo de América

No obstante, los lingüistas han detectado casos minoritarios de hablantes que cambian la «l» por la «r» en lugares como Puerto Rico y República Dominicana.

Por otro lado, está la «hipótesis sustratista», que destaca la influencia lingüística del influjo de esclavos de distintas partes de África desde inicios del siglo XVI.

«A Cuba, por ejemplo, fueron trasladados unos tres cuartos de millón de esclavos en menos de un siglo y en el primer cuarto del siglo XIX los esclavos africanos representaban el 40% de la población total de la isla», cita Sobrino en su tesis sobre el español antillano, publicada en noviembre pasado.

Muchas de estas lenguas africanas no tienen la erre vibrante, por lo que terminaban pronunciándola como ele, un sonido que sí les resultaba familiar.

En este sentido, Sobrino dice a BBC Mundo que autores como el filólogo Sergio Valdés Bernal detectó que «en el teatro cubano colonial, el español del negro esclavo se caricaturiza a través de la lateralización de la vibrante erre».

Sin embargo, aclara, este fenómeno «actualmente no está asociado con un estrato social o un grupo racial», pues en mayor o menor medida, «todos los hablantes caribeños recurren a él».

La tercera teoría, la moderada, matiza estas dos influencias junto con otras lenguas, como las nativas, el inglés y francés.


¿Quiénes lo usan?

El lambdacismo está presente con distinta fuerza en los países del Caribe.

Mientras que Sobrino cita investigaciones que afirman que en Cuba solo 10% de la población pronuncia la «r» implosiva como si fuera una «l», en Puerto Rico, en cambio, está extendido.

En una investigación de 2014 sobre este tema, el puertorriqueño Antonio Medina-Rivera cuenta que, como docente de español en Estados Unidos, ha constatado casos de lateralización hasta en la escritura en aquellos estudiantes que aprendieron la lengua por vía oral.

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Según su trabajo, este fenómeno tiene tanta carga de identidad nacional como de «estigma en y fuera de la isla».

De hecho, el estigma es una constante para el lambdacismo, no aceptado por la norma culta de ningún país caribeño.

En este sentido, la sociolingüista Carmen Silva-Corvalán, profesora emérita de la Universidad del Sur de California, reproduce un diálogo con un boricua durante una de sus investigaciones para ilustrar cómo un rasgo lingüístico puede convertirse en un estereotipo y hasta una crítica:

— Aha, Antonio, ¿y tú has oído a la gente opinar sobre el español de Puerto Rico?

— ¡Ay! Dicen barbaridades. (Risas.)

— ¿Como qué por ejemplo? ¿Qué opina la gente?

— Que no sabemos hablar, que, que no sabemos pronunciar la erre. Entonces, los estereotipos se van al extremo porque yo creo que la erre, la erre de principio de sílaba sí la podemos pronunciar. Entonces me da coraje cuando me dicen: «Ay, eres de Puelto Lico». Y yo le digo: «Bueno, de Puelto Jico o de Puelto Rico, pero no de Puelto Lico», porque nunca has oído a un puertorriqueño que pronuncie la, la erre doble como ele.

 

Con información de: BBC Mundo